viernes, 15 de agosto de 2008

a Los Incas

La había observado casi por accidente en el subterráneo.
La reacción fue tardía, y desconfiando de sus ojos, volvió a girar la cabeza: no, no se había equivocado. Ahí estaba. Parada a unos metros, hacia equilibrio mientras sostenía una mochila y un libro azul.
La observó mejor, ahora por los detalles, y verificó que desde donde ella se encontraba, el podría continuar con la tarea de estudiarla todo el viaje, pues ella mantenía la vista fijada en la ventana, aunque no hubiese nada para ver.
Entonces él imaginó que ella inventara historias, y que por esa razón permanecía ininmutable, con los ojos en ninguna parte. Luego se dijo que esto era poco probable, y que el paisaje no favorecía ninguna creación artística por parte de la atractiva viajante. Pero algo en él protestó, una joven que poseyera tan particulares rasgos era seguramente capaz de particulares acciones, y ésto lo convenció de inmediato. Además, su instinto jamas lo había engañado. Al ver una cara por primera vez, era capaz de acertar con ciertas características de la personalidad, que según creía, estaban expuestas claramente a quien supiera leerlas.
La joven bostezó, y sus ojos eligieron otro punto donde permanecieron largo rato.
Un saco largo le llegaba a los pies, aun siendo verano. Esto le llamo la atención a nuestro observador, quien opto por desprenderse dos botones de la camisa, como si de esta forma refrescara el cuerpo de la joven y no el de él mismo.
Así fue como en unos minutos, o tal vez horas, el hombre olvidó donde se encontraba, y no haciendo caso a los impacientes pedidos de permiso de los pasajeros que deseaban llegar a la puerta, se deslizó como llevado por una fuerza superior, hasta el lugar donde permanecía la joven.
Un fuerte ruido lo volvió a la realidad. Llegaba al vagón un pequeño que vendía eufórico unas lapiceras de dudosa garantía (pero fácilmente adaptables a la cartera de la dama y al bolsillo del caballero), y como un golpe en la cara, recobró la conciencia. Revisó en su bolsillo, sacó unas monedas, y se las entregó con dificultad al sucio párvulo. Al instante comprendió que la dama se encontraba en el andén, cuando vio pasar sus ojos con rapidez por la ventana. Era su hermana.

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