lunes, 13 de julio de 2009

media tarde

Sos genial, no hay vuelta que darle.


Por qué será que tantas veces pongo los brazos entre nuestros cuerpos. Por qué será que invento esa barrera que no es. Y después lo noto, y trato de moverlos con disimulo. Los escabullo a los costados y caen como muertos, escondidos, avergonzados. Y mientras tanto tu cuerpo reposa enroscado sobre mi. Se relaja en perfecta armonía. Encuentra el hueco que tiene su misma forma, y ahí se acomoda. Los ojos se te mueven perturbados, dentro de los párpados como percianas cerradas, como luces de colores. Que se proyectará allí? La sonrisa se te dibuja como media luna justo debajo del bigote fino, que la acompaña mientras sube con ella a la altura de los cachetes. Y tus dedos aprietan, verifican que la carne es real. Buscan un quejido que los mantenga abstraídos. Y lo obtienen, sin duda lo obtienen. Aunque mi boca aguanta lo más que puede. Porque sabe, no quiere satisfacerlos, pero imagina que la carne se pone ya roja, que el ematoma brota y el violáceo pinta la piel. Y entonces la boca se queja. Y eso alcanza para que los dedos suelten hasta dentro de un rato.